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lunes, 2 de noviembre de 2009

CONOCIENDO A K. RAHNER

MEDITA

DESCANSAR Y DEJAR REPOSAR

Fue una mañana poco después de que el ser humano llegara a la luna, cuando el Padre Dios se despertó de una buena siesta, tan breve para su eternidad y tan larga para nuestra mortalidad. Se llevó entonces a la boca una de sus manos sempiternas para ocultar un bostezo relajado, mientras con la otra se restregaba el ojo diestro. Se dio cuenta que una laca de barro fresco cubría todavía su palma. A través de una ventana invisible, asomó con esperanza su cabeza encanecida para contemplar la tierra. Al primer golpe de vista, retrocedió con sobresalto y frunció las cejas como para pensar mejor. Hizo una pausa. Meditabundo se preguntaba si aquella visión era un extraño sueño, y como para despertarse, comenzó a interrogarse con seriedad, ajustando cuentas con su eterna memoria: “¿no fueron cuatro los colores con los que pinté el globo terráqueo?” Con su divino pulgar se repasaba los dedos al tiempo que decía: “blanco en los polos, azul en el firmamento y los océanos, marrón en las llanuras y verde en las en los bosques y en las selvas. Se inclinó todavía más para observar mejor: ¿por qué el blanco glaciar se ha vuelto el azul de las aguas?, ¿por qué las aguas han despintado el límite marrón de la tierra firme?, ¿por qué el negro oscuro del petróleo subterráneo ha salido a la superficie en forma de densas placas que sepultan lo que pinté de verde?” Hizo un silencio. Alargó su índice con incredulidad para colarlo por entre el gran agujero de la capa de ozono. Recogiendo su omnipotente brazo, examinó curioso la grisácea costra que se le pegó en la uña. Contó luego el número de elefantes, de ballenas y de osos blancos. Buscó inquieto otras miles de especies vegetales y animales de las que sólo El tiene recuerdo. Suspiró, exhaló su aliento y resonó la voz de su divino Verbo: “¿No olvidarás que habiendo creado la humanidad, el día sábado te diste luego al reposo, confiando que tu «imagen y semejanza» disfrutaría tu obra, cuidando tus creaturas y cultivando la tierra?” (Gen.1,26-28.2,15). No dijo nada. Precipitó nuevamente hacia abajo su mirada y calculó en un instante el número total de los pobladores del mundo. Recargó su figura incontorneable hacia donde se pone el sol y preguntó a su Hijo, qué serían aquellas centellas luminosas que apuntaban desde la tierra contra el fulgor de la luna: “¿No es acaso la hora del reposo?, ¿por qué veo un trajín luminoso?, ¿qué es aquella “cascada de luz”?” “Unos se divierten, otros trabajan”, repuso el Hijo amado. El Padre, no dijo nada. Se cantoneó hacia el oriente y un poco más allá, y continuó su interrogatorio: “¿por qué de este lado, más de una tercera parte duerme con tranquilidad?, ¿por qué descansan en lugar de trabajar?” “Ellos no duermen, aseveró el Hijo...agonizan, porque no tienen qué comer, ni trabajo para ganar su pan”. Dijo entonces el Padre con preocupación: “Creí que mi Sabiduría, la que me acompañaba cuando hice el mundo (Sab.9,9), habría dicho a todos por boca de patriarcas y profetas que el séptimo día reposarían y dejarían reposar el ganado y la tierra” (Ex.20,8-11. 23,10-13). Se irritó un poco. Vaciló en su enojo y quiso dibujar su arco guerrero colgado en el firmamento para pedir una tregua de paz en favor de la tierra y sus habitantes, pero al no encontrar los colores, pensó que esta vez tocaría a la creatura humana colorear para el futuro, la firme promesa de no derramar más la sangre humana ni destruir la tierra (Gen.9,5-6.17), sino dejarla reposar y aprender a reposar con ella.
Alberto Anguiano García.

domingo, 1 de noviembre de 2009

¿QUÉ ES LA ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA?

En 1957, el famoso teólogo alemán K. Rahner, publicó un artículo titulado "Theologische Antropologhie" en la que afirmaba la necesidad de elaborar el fundamento sistemático de todas las afirmaciones hechas por la revelación sobre el origen, realización histórica y destino último del ser humano. En efecto, dichas afirmaciones se encontraban ya dispersas en los distintos tratados que surgieron, sobretodo, en la época de la así llamada "Teología del Manual". Entre tales tratados debe recordarse, por ejemplo, algunos tales como: "De Deo Creante et elevante", en el que, a su vez, se incluían los tratados "De homine", "De angelis", "De peccato originali", y De homnis elevatione";por otro lado, estaba el "De gratia Dei", el cual incluía otros como el "De virtutibus" y, finalmente, el "De novissimis". Los grandes temas teológicos que abarcaban estos tratados, y que todavía hoy constituyen la materia propia de la nueva disciplina llamada "Antropología teológica", son los siguientes: creación, pecado, gracia, virtudes y consumación final. Estos temas se reparten técnicamente en dos grandes partes: la antropología teológica fundamental y la antropología teolíogica especial. A la A. Fundamental corrsponden los temas de creación en general y la creación del ser humano en particular, mientras que dentro de la A. especial se consideran los temas del pecado, la gracia, las virtudes y la consumación final, también conocida como "escatología" y fecuentemente abordada como una asignatura teológica independiente.